Por Oscar Tomás Aimar
Vinculos
En 1815 en Indonesia el volcán Tambora provocó una gigantesca erupción, una de las más fuertes de que se tenga registro histórico. En Java, en Sumatra, en Borneo, murieron cien mil personas y la explosión arrojó tantos gases y vapor a la estratósfera que el sol no salió durante un año en Europa. Las temperaturas promedio de 1816 fueron tres grados Celsius inferiores a las históricas, y ese fue conocido como “el año sin verano”. La consecuente pérdida de las cosechas provocó hambrunas en muchos países; uno de los más castigados fue Alemania, donde se habló de 1816 como “el año de los mendigos”.
Osmar Forns tiene una despensa familiar en el Pasaje Formosa. Le dicen el Ruso, pero aún siendo cierto que sus abuelos llegaron desde Rusia, su ascendencia es alemana. Sus antepasados fueron algunos de tantos que, huyendo del hambre de 1816 en ese país, se establecieron en el este ruso; los alemanes del Volga. Después, a fines del siglo XIX, nuevas dificultades económicas provocaron una oleada migratoria a nuestro país, que en ese momento era una promesa atractiva para “todos los hombres del mundo”. Esta familia Forns tiene una hija a quién le gusta leer. Hace unos días se había dejado un libro en un mostrador; lo di vuelta de puro curioso y vi que se trataba de una vieja edición de Frankenstein, la novela de Mary Shelley.
En mayo de ese 1816, mientras en estas tierras maduraba la independencia del país en que recalarían los Forns, Lord Byron invitó a Mary Shelley, su marido Pierce y su médico personal a pasar unos días de vacaciones en la Villa Diodati, una posada de alquiler en Suiza, frente al lago Leman. Quizás aburrido por el tiempo lluvioso, el frío provocado por la erupción del Tambora y las escasas posibilidades combinatorias de las orgias entre cuatro, el licencioso poeta romántico desafió a sus huéspedes a escribir durante su estancia una historia de terror. Cuando el plazo venció, tres noches más tarde, la única que había cumplido el compromiso era Mary. Su trabajo fue el borrador de la que es considerada la mejor novela de terror gótico que se haya escrito. La misma que leía la joven Forns en la despensa del pasaje Formosa.
Creo que a otro Forn, Juan, que quizá perdió la ese de su apellido en el Hotel de los Inmigrantes, le hubiera gustado esta trama de coincidencias o de destinos.