Por Alberto Sánchez

La avivadora primigenia

Hoy te voy a contar la historia de una mujer tierna, emprendedora, valiente, honrada, consecuente, auténtica y digna. Al final de esta nota, te diré de quien se trata.

Retazos de su vida fueron escritos por la santafesina Norma Battú, en el libro Cuentos Clasificados. Esa historia referida a la Avivadora Primigenia, tal cual la denominó, arranca así: “Se llamaba María Luisa. Había nacido en Rosario. Su padre era un paraguayo exiliado por cuestiones políticas. Tenía dos hermanas. Siendo muy jovencitas quedaron huérfanas. Decidieron seguir viviendo en la casa paterna; no aceptaron ser recogidas por parientes. Que no parezca poco, estamos hablando de la década del treinta.

Era maestra rural y viajaba en tren hasta un pueblo para dar clases. En ocasiones pasaba meses enteros sin cobrar los sueldos, pero a los pasajes había que pagarlos. Entonces empeñaba esos sueldos (virtuales, diríamos ahora) en lo de un usurero que se los compraba a vil precio. Con eso podía ir tirando.

(Así alimentaba a sus hermanas menores, privándose ella de lo elemental, lo que derivó en una tuberculosis, agrego yo).

En el tren daba muestras de coraje. Que lo diga si no un exhibicionista sexual que un día se plantó frente al grupo de maestras y comenzó a hacer de las suyas.

Nuestra heroína, en lugar de taparse los ojos pudorosamente y emitir grititos como las otras, retiró del sombrero un largo pinche y se lo clavó reiteradamente justo ahí. El exhibicionista huyó aullando.

Se puso de novia con un joven de Pehuajó, radicado en Río Cuarto y estudiante de medicina en Rosario.

Las tres hermanas habían decidido cuidar su honra por aquello del qué dirán. Una de las reglas era que los novios no entraban a la casa. La novia visitada recibía al novio en el zaguán; las hermanas quedaban dentro de la casa y ponían un reloj despertador detrás de la puerta. El sonido de la campanilla indicaba el fin de la visita.

Cuando el novio se recibió de médico se casaron y se vinieron a Río Cuarto. Mujer independiente y de ideas modernas, María Luisa se encontró de repente viviendo en una ciudad provinciana que conservaba aún costumbres arcaicas, casi coloniales. Dejaba atrás el litoral siempre verde y el Paraná caudaloso para adentrarse en una urbe sin árboles y viento intenso que aullaba como lobos, y la asustaba, a la hora de la siesta.

Ahí se despertó la Avivadora, como Norma la denominó.

Relataba: – Yo trabajaba como maestra. ¡Las mujeres eran tan pavotas, pero tan pavotas! Había una compañera que se mataba trabajando en la escuela. El marido no decía ni mu. Pero cuando organizábamos alguna reunión de mujeres, entonces el tipo le prohibía venir. Y lo le decía: “cómo, para trabajar podés salir de tu casa y para estar un rato con tus amigas no? ¡Así no vale, tu marido te explota!

María Luisa –o Chicha, como le decían- no perdía oportunidad de pasar sus mensajes avivadores. En este cometido debe haber sido muy eficaz, demasiado eficaz en ocasiones, a juzgar por lo que contaba.

La Tontona

A veces se me iba la mano. Por ejemplo, con la Tontona. Ella era una muchacha que trabajaba en casa. Le decíamos así porque era medio zonza. Vivía en calle Cabrera al 300. Tenía como cinco hijos y el marido era un vago que no trabajaba nunca y encima la maltrataba. Ella los mantenía a todos.

Yo le hablaba, trataba de que se rebelara ante la vida que llevaba, ante tanta injusticia.

Pero parece que se me fue la mano…un día la Tontona se avivó, pero tanto se avivó, que se mandó a mudar con otro tipo y lo dejó plantado al marido con todos los chicos a su cargo…

Bueno, habrá que ver, capaz que con el otro siguió siendo tontona; cómo siguió la historia tanto no sé, porque es cierto que hay mujeres que parecen destinadas a ser felpudos de los hombres…

La Avivadora Primigenia reconocía haber cometido ciertos errores.

…Otras veces metía la pata…una vez fui al velorio de un hombre que había sido malísimo con la mujer. Todas las mujeres coincidíamos en que la viuda se había ganado la lotería sacándose a ese loco de encima. ¡La mala vida que le había hecho pasar! Y no va que voy a darle el pésame a la viuda, me traiciona el subconsciente, y delante de todo el mundo en vez de mi pésame le digo mis plácemes. ¡Qué vergüenza!

Hace mucho tiempo que la Avivadora Primigenia partió de este mundo.

Tal vez, si hay machistas en el sitio donde se encuentra, estará avivando almas femeninas (supuesto caso que las almas admitan clasificaciones de género), aunque sea con retroactividad a su vida terrena.

¡Chicas, nunca es tarde!, les dirá.

Quizás, si el Gran Ordenador es machista, la habrá castigado enviándola a un purgatorio especial, lleno de exhibicionistas, pero sin proveerla de pinches ni alfilerones, o haciéndole escribir por la eternidad “no debí avivar giles en la tierra”.

Sea como sea, su memoria de precursora, los senderos abiertos en una sociedad latina y bifronte perdura en quienes la conocieron, aprovechan sus enseñanzas y hacen de su difusión una cuestión de honor.

La Avivadora se enfurecía con esta concepción: si marido y esposa trabajan fuera de la casa, ambos son responsables por sus trabajos, pero dentro de la casa, la mujer es responsable, el hombre sólo es colaborador, y eso si se le canta la regalada gana.

Sostenía que es una falacia identificar los términos responsabilidad y colaboración como sinónimos. Tampoco, decía, son términos unívocos, porque su significación depende del contexto; sin embargo, nosotras mismas las identificamos casi sin darnos cuenta.

Y agregaba: fuimos formadas así. Y entonces estamos chochas de la vida si un hombre ‘nos colabora’ en la casa, cuando debería responsabilizarse a la par nuestra. Y linda manera de colaborar. Si alguna vez cocina, no busca nada y pregunta a los gritos cada vez que necesita algo.

La Avivadora reflexiona finalmente: la nuestra es una generación bisagra. Me cacho, nos tocó bailar con la más fea. Salimos a laburar, pero no pudimos desprendernos del trabajo dentro de la casa porque nuestros maridos pertenecen a una generación que no fue formada para acompañar a la mujer en estos cambios. Ellos siguen modelos de antes. Espero que las nuevas generaciones tendrán otra visión de las cosas; después de todo, los maridos jóvenes fueron formados por mujeres contemporáneas como nosotras.

Sin embargo, le vino a la mente un episodio que la hizo sentir que estaba hablándole a las piedras. Estando en la verdulería escuchó quejarse a la mujer que atendía: hay que ver cómo me duelen las piernas. Y pensar que cuando cierro el negocio todavía tengo que ir a mi casa y cocinar porque mi marido no se ocupa de nada. Bueno, pero podría tirar aunque sea un bife a la plancha…sugirió la Avivadora. La mujer la miró horrorizada y respondió: los hombres, ya se sabe, no sirven para estas cosas.

María Luisa, la rosarina no sabía de fútbol, pero simpatizaba con Ñuls, por vivir cerquita del Parque Independencia, casada con Pedro, hincha de Rosario Central. Antes, en la década del ’30, todavía soltera, veraneaba en la costa con amigas y amigos. Algo rarísimo para la época y propio de una mujer realmente de avanzada.

María Luisa consideraba algo absolutamente normal salir de vacaciones, porque de niña su padre –militante del guaraní partido Insurrexis- lo hacía en familia, igual que comprar comida en rotiserías, conversar con las hijas de política, leer y participar de encuentros culturales.

María Luisa hubiese cumplido años el pasado 26 de febrero. Su vigencia siempre está presente. Y su legado también.

(Vale acotar que María Luisa fue mi madre y la amo)