Por Alberto Sánchez

El querido hospital del barrio Las Ferias

Este 2025 el Hospital Central del barrio Las Ferias –igualmente conocido como Regional– estaría cumpliendo 79 años. En 2004 dejó de funcionar a partir de la nueva edificación construida en la barriada San Antonio de Padua durante la gestión gubernamental de José Manuel de la Sota.

El Central llevó a cabo una incesante tarea médico asistencial, cubriendo además una amplísima zona de influencia. Era común que acudieran a atenderse pacientes de todo el sur de Córdoba y aun de provincias vecinas.

En la década del 60 visitaba a menudo el viejo hospital y no dejaba de asombrarme el diseño de sus calles interiores, que comunicaban rápidamente los distintos pabellones, como también la frondosa arboleda en un marco de silencio, paz, tranquilidad y armonía.

Y digo que llegaba allí con frecuencia porque mi padre, Pedro Francisco Sánchez, era el subdirector y le encantaba llevarme por todos lados, diciendo una y otra vez a todo el mundo que, lamentablemente, su hijo no estudiaría Medicina sino Abogacía.

(Décadas más tarde lamenté no haber seguido sus pasos, pero eso es harina de otro costal)

La conducción del nosocomio era ejercida por Pedro Jaime Provenzal y creo que ambos se complementaban a la perfección: el director, funcionario severo y de mano férrea y mi papá, un contemporizador que generaba afectos entre sus pares, enfermeras y administrativos.

Sin embargo, no toleraba las avivadas de sus colegas. Renegaba diciendo que mientras el pobrerío hacía cola desde las cinco de la mañana para sacar un turno, los médicos llegaban pasadas las 7 y tras un par de horas literalmente huían despavoridos hacia las clínicas donde atendían el resto del día.

Así las cosas, acordó con el director la siguiente normativa: todos tendrían que fichar entrada y salida del hospital. A partir de ese momento lo siguieron queriendo sólo las enfermeras y empleados administrativos.

Los orígenes

La ciudad crecía e importaba contar con un nosocomio integral, grande, con modernas instalaciones y una mayor complejidad para atender las demandas de salud local y de la zona, pero los recursos resultaban insuficientes.

Hasta que, en 1934, una sociedad de hacendados presidida por otro Provenzal, Jaime, ofreció por nota a Nicolás Lozano, titular de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales de la Nación, la donación de un predio de 40 mil metros cuadrados ubicado en el extremo sur del radio urbano para que allí se levantara un establecimiento hospitalario regional.

En 1936, el gobierno presidido por Agustín P. Justo aceptó la propuesta y el 19 de octubre se colocó la piedra fundamental en ceremonia que bendijo el obispo Leopoldo Buteler.

Dos años después se donaron otros 40 mil metros cuadrados de tierras, por lo que se llegó a la superficie requerida por la Nación para ejecutar el ambicioso proyecto.

Seguidamente, se llevó a cabo la licitación y la obra fue adjudicada a Benito Roggio e Hijos. Los trabajos concluyeron en 1942. Sin embargo, debieron pasar cuatro años hasta su habilitación, hecho que ocurrió el 22 de septiembre de 1946, durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón.

Hasta ese momento, la atención de la salud se limitaba al Hospital de Caridad (hoy Centro de Salud Municipal), Maternidad Kowalk y Clínica Regional del Sud. Recién en 1957 abrió el Hospital San Antonio de Padua, ubicado en el mismo predio del actual, y se destinó, fundamentalmente, a tratar a enfermos de tuberculosis.

Volvamos al barrio Las Ferias: el flamante hospital tenía una capacidad de 300 camas que, ante situaciones de emergencia, podía ampliarse a 350.

Se caracterizaba por estar dividido en pabellones (clínica médica, pediatría, cirugía, maternidad, enfermedades infecciosas y consultorios externos), rodeados por un extenso jardín y comunicados entre sí por angostas calles internas.

Traspaso y traslado

En octubre de 1967, la Nación traspasó el Hospital Central a la Provincia, junto con otros establecimientos ubicados en el territorio cordobés, condición que se mantiene en el presente.

Tras 58 años de servicio, en 2004, por decisión del Estado provincial, se decidió trasladar todas las dependencias (a excepción del área de Salud Mental, que siguió funcionando allí hasta 2014) a la renovada, ampliada y modernizada construcción en el barrio San Antonio de Padua.

Tras algunos desencuentros y polémicas, el flamante polo sanitario fue rebautizado como Nuevo Hospital de Río Cuarto San Antonio de Padua.

La mudanza fue resistida por médicos, profesionales de la salud y pacientes, quienes, entre otras objeciones, plantearon el hecho de que se abandonaba un predio con inmensos jardines y espacios verdes por “una mole de cemento” de varios pisos.

De igual modo, vecinos y comerciantes de Las Ferias se quejaron en reiteradas oportunidades, ya que el movimiento y la circulación de personas nunca volvió a tener la misma intensidad que se registraba antes del traslado.

Más allá de todo, y a lo largo de estos 79 años de historia, nadie puede negar que el predio del viejo Hospital Central es un punto emblemático del sur de la ciudad y que, con las mejoras que el municipio ha venido ejecutando, puede transformarse en un paseo público muy interesante.

En paralelo, el nuevo hospital, inaugurado con equipamiento de país del primer mundo, lamentablemente hoy, por culpa de la política, languidece.

Nadie entiende el motivo, lo cierto es que excelentes profesionales renuncian, empleados de distintos ámbitos son cesanteados, dejan de prestarse servicios y los pacientes sufren las consecuencias de este despojo que no ocurre en otros ámbitos donde sí proliferan los nombramientos –mayoritariamente de ñoquis- como por ejemplo en la Unicameral.

La salud pública de nuestra población no fue un objetivo fácil de lograr. Si analizamos nuestra historia podemos encontrar episodios que ahora parecen insólitos, pero que ya en tiempos de La Villa de La Concepción ocurrían cotidianamente. Uno de los mayores problemas era la carencia de médicos, falta de medicamentos y escasez de hospitales, por lo tanto, en materia de salud las tasas de mortalidad eran significativamente altas y el promedio de vida muy bajo comparado con los índices actuales.

La indiferencia del Estado resultaba pública y notoria. Esta conducta dejaba claramente sus huellas. Así podemos ver que el primer hospital fue producto de la iniciativa y perseverancia de un sacerdote misionero, Fray Quirico Porreca, quien logra inaugurar el Hospital de Caridad en el año 1877 ubicado en calle Cabrera y donde décadas más tarde se asentó el Centro de Salud.

Su ampliación, en 1922, fue prácticamente ejecutada a nuevo, porque se construyó un edificio de dos plantas, majestuoso para aquella época, totalmente equipado con muebles y aparatología de punta en cirugía. Todo obedeció a una obra impresionante, iniciativa de Adelia María Arilaos de Olmos, “constituyéndose en una institución señera que contribuyó en despertar a la ciudad y su gente sobre los beneficios de una mejor calidad de vida vinculada con la medicina, ya que no todas las personas entendían que era posible alcanzar una salud digna para el conjunto”, reseñó Víctor Barrionuevo Imposti en su libro Historia de Río Cuarto.

Según el historiador Walter Bonetto, en un escrito titulado “Fechas del Imperio”, el 8 de febrero de 1850 fue designado por el gobernador de Córdoba José Mario Luque, “Médico de Estado, para que organice un Hospital Militar en el cuartel de la Villa de la Concepción”, que debía contar “con una botica bien surtida y todos los remedios necesarios”.

La grieta

Pasados unos meses, este doctor organizó todo y también habilitó una sala para mujeres en el mismo cuartel que atendería dos días a la semana. Trabajó con dos soldados voluntarios a quienes había formado como enfermeros. Lamentablemente, de nada valió su entusiasmo y dedicación. Fue tanto lo que estuvo resistido, que el caso llegó al gobernador y el 30 de octubre de 1851 debió renunciar.

Luque fue dado de baja porque el comandante del cuartel no quería saber nada con él y manifestaba a todas voces que “se curaban más fácilmente sus soldados y oficiales con la intervención de curanderos y remedios naturales de yerbas medicinales del campo, los que eran más baratos y efectivos, que los de boticas recetados por el doctor, por cierto, muy caros”. Además, sostenía, sus oficiales y soldados “temblaban cuando los atendía”. El gobernador trató de persuadir al jefe militar sobre el planteamiento, pero no hubo caso y el médico cansado de los problemas, tuvo que renunciar.

(Postdata: cualquier similitud con la realidad actual del nuevo hospital es pura coincidencia. O tal vez no)