Por Alberto Sánchez

El órgano, un instrumento genial

Según el Diccionario Español de Refranes, “cuando alguien se va con la música a otra parte” –frase que la gente mayor emplea a menudo- significa que una persona se va tras darse cuenta que, por algún motivo, sobra (por lo que dice o hace) y por eso decide marcharse.

Justamente hoy quiero hablarte de música, aunque en sentido inverso, algo así como decir con la música a esta parte, y específicamente referirme al órgano, maravilloso instrumento casi en desuso, abandonado y limitado a un puñado de iglesias –en la Catedral pasó a formar parte del museo del olvido y en San Francisco se lo escucha sólo en algunas misas-

Parafraseando a Gustavo Vittori, director del diario El Litoral, no conozco de música, pero puedo disfrutarla. “Siempre me atrajeron, confiesa, los instrumentos musicales como piezas complejas nacidas de la inteligencia y la sensibilidad humanas. Su materialidad, su mecánica, su sonoridad. No sé de música, pero me producen placer quienes las crean, y los objetos que usan para producirla. Me gustan las emociones que son capaces de suscitar su composición física, sus mecanismos generadores de sonidos, sus diseños, el arte de sus formas y la magia de su instrumentación”.

Acudiendo a la historia, cabe tener en cuenta que de a poco las Provincias Unidas, acostumbradas a escuchar en el siglo XIX los predominantes sonidos de las armas en guerra, empezaron a educar los oídos de sus gentes en las armonías de la música.

Maestros e instrumentos europeos sirvieron de cauce melódico. Así llegaron pianos a ciertas casas y órganos a varias iglesias, ambos provistos de teclados que, en el primer caso movilizan cuerdas y, en el segundo, insuflan aire en tuberías que tienen distintos rangos, timbres, tonos y volúmenes.

(Los entendidos aseguran que los diez instrumentos musicales más difíciles de tocar son el acordeón, arpa, gaita, órgano, fagot, batería, oboe y piano, en ese orden).

Leyendo a Vittori, me entero que en el santafesino Museo Histórico Provincial Estanislao López hay un pianoforte que perteneció al coronel Rafael Riesco, combatiente junto a Manuel Belgrano en el Ejército del Norte contra las huestes españolas (1813) y, más adelante, colaboró como escribiente de Manuel «Quebracho» López, dos veces gobernador de Córdoba y aliado de Juan Manuel de Rosas.

Ese pianoforte, que pervivía en una estancia serrana de nuestra provincia, fue donado luego al citado museo litoraleño por Mercedes de Lezama en 1944.

Había sido fabricado en Hamburgo hacia 1850 en los talleres de la empresa Rachals. Su estructura de madera está enchapada en fina caoba y se apoya en cuatro patas con ruedas para facilitar el desplazamiento. Sus cuerdas están dispuestas de manera horizontal y la eficiencia de su dispositivo musical no descuida las formas externas. Así, la tapa que cubre el cordaje interior es de madera calada y el pedal tiene forma de lira.

A solo una cuadra del Museo, en el coro alto de la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, hay otro instrumento musical, con el agregado de que es una pieza única en el país. “Me refiero, indica Vittori, al órgano construido por Arístide Cavaillé-Coll, uno de los principales fabricantes franceses en el siglo XIX, artista que logró conjugar innovaciones mecánicas de base científica con la belleza de las formas y los sonidos”.

Cavaillé-Coll, nacido en la histórica ciudad de Montpellier en una familia de armadores de tales aparatos, era hijo de padre galo y madre catalana, y, en 1841, tuvo la oportunidad de intervenir en la creación de un instrumento excepcional, de grandes dimensiones, nada menos que en la basílica de Saint-Denis, panteón de los reyes de Francia y primer edificio religioso en el que, bajo el impulso del abad Suger (1082 – 1152), se aplicaron los conceptos fundantes del estilo gótico.

En esta obra del siglo XIX, que modernizaba una tradición organera de varios siglos con mucha experimentación de prueba y error, se empleó por primera vez la «leva Barker», un mecanismo innovador creado por el inglés Charles Spackman Barker (1804-1879), cuando aún no estaba patentado. Ese dispositivo, que destrabó una complicación difícil de solucionar, utilizaba la misma presión del aire que alimentaba a los tubos, para favorecer el accionamiento de las teclas.

Pero antes de llegar a este punto, Arístide había recorrido desde los 16 años un largo camino de desarrollo científico con las enseñanzas de eminentes arquitectos, técnicos, matemáticos y físicos, a las que cabe sumar el apoyo institucional brindado a la familia por Adolphe Thiers (miembro de la Academia Francesa y ministro del Interior durante el reinado de Luis Felipe I), para que establecieran su fábrica en París, según memoriza Vittori.

Vittori puntualiza que, además, los Cavaillé-Coll armaron un taller en la base de la torre de la basílica, donde se realizaron los trabajos esenciales del órgano. Allí, el maestro carpintero André Bouxin y el organero Antoine Sauvage, empleando una herramienta desarrollada por Arístide, construyeron los catorce aerogeneradores y los tubos de madera de un órgano al que no le faltaron los ropajes ornamentales de numerosas tallas de ángeles en su neogótica estructura arquitectónica.

Entre los muchos estímulos recibidos por Arístide en su marcha de aprendizaje y perfeccionamiento, se añade el prodigado por Charles Mallet, inspector regional de Caminos y Puentes, quien sería el que presentó ante la «Real Academia de Ciencias, Inscripciones y Bellas Letras de Touluse» la sierra circular diseñada por el joven.

Esa importante modernización fue reconocida como una innovación técnica nunca antes patentada, lo que le permitió a Cavaillé avanzar hacia una carrera independiente, además de abrirle las puertas de otras instituciones científicas.

Según los entendidos, por su corte de maderas, a menudo exóticas y caras, a la vez que indispensables para la construcción de mecanismos de precisión en esta clase de aparatos, representó un gran salto adelante en la carrera del luthier.

Para el especialista Michal Szostak, el segundo fruto importante de la creatividad de Arístide, con la colaboración de su padre y hermano, fue el teclado aerofónico con variantes dinámicas, dispositivo clave para el logro del órgano expresivo, precedente de la creación de los sinfónicos (pueden reproducir sonidos propios de otros instrumentos), que le dieron alas a la música y merecieron la calurosa aprobación del gran compositor italiano Gioachino Rossini.

Luego de la intervención en Saint-Denis, la construcción de órganos se extendió a otras relevantes iglesias de Paris, e, incluso, a la cripta de la Sagrada Familia en Barcelona, sitio en el que descansan los restos de Antoni Gaudí, otro artista único.

Una veintena en la Argentina

Se sabe que unos veinte órganos arribaron a la Argentina (la mayoría para Capital Federal y provincia de Buenos Aires), pero de ellos sólo uno se considera fabricado por Arístide. Hecho en 1886, corresponde al Opus 589 de esa fábrica, y desde 1909 se halla en el coro alto de la iglesia jesuítica de Santa Fe.

El luthier murió en 1899 y fue sucedido por Charles Mutin, quien conservó el nombre de la firma, aunque los órganos y sus sonoridades se fueron alejando de la línea trazada por Arístide hasta desaparecer en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, los expertos trazan una línea divisoria entre los producidos antes y después del fallecimiento del irrepetible creador.

“El acercarme a su historia me hizo valorar el privilegio, desaprovechado por ignorancia, reconoce Vittori, de haber escuchado durante mis siete años de estudios en el Colegio de la Inmaculada Concepción los sonidos de este órgano que, en su llegada al país, primero estuvo en la iglesia del Salvador, en Buenos Aires y también en la Compañía de Jesús. De similar matriz, sólo hay otros dos en el mundo, uno en Francia y otro en Brasil.

Franciscanos del Imperio

Allá por 2013, el reconocido pianista riocuartense Matías Targhetta fue el principal protagonista en el reestreno del órgano de la Iglesia San Francisco, junto al Coro Delfino Quiricci. Había sido reparado por el maestro organello Alejandro Badi, quien lo dejó en condiciones óptimas.

El instrumento, de 939 tubos, data de hace más de 115 años: fue fabricado en 1897 en Italia. Es uno de los pocos instalados en América por la empresa Giacomo Locatelli, de Bérgamo, Italia, hasta el año 1917. Algunos fueron ubicados en importantes parroquias como la de San Telmo, Santa Rosa de Lima en Rosario y San Pablo (Brasil).

El valioso instrumento, declarado de Interés Histórico y Patrimonio Cultural en noviembre del 2012, es de estilo barroco y copia fiel de los que se construían en 1600; está íntegramente labrado a mano, con materiales muy finos, dotado de mecanismos de alta precisión. Fue adquirido en 1897, y concertada su compra dos años más tarde por el Guardián del Convento Ludovico Quaranta, a través del convento franciscano de Génova, en cuyo puerto fue embarcado, pagándose la suma de 5.000 liras.

Te confieso que el órgano es uno de los instrumentos musicales que más amo y cuando escucho, por caso, la tocata y fuga en re menor y las cantatas sacras 80, 140 y 147 de Johann Sebastian Bach, se me caen las medias.