Por Alberto Sánchez
La epopeya de los Andes - última parte

En la entrega anterior explicaba que había decidido escribir sobre la gesta sanmartiniana habida cuenta que en redes sociales los infaltables negacionistas han salido a poner en tela de juicio el cruce de los Andes por parte del general José de San Martín y su ejército libertador.
En dicha nota me referí, apelando a los datos históricos de Abad de Santillán, a la organización militar previa y los asentamientos de las tropas meses antes de emprender la travesía hasta Chile y Perú.
En este artículo final les hago partícipes de un dato poco conocido: los servicios de espionaje montados por el Padre de la Patria en el contexto previo a las batallas militares.
Iniciada la organización y articulación del ejército de los Andes, San Martín no descuidó una forma de guerra susceptible de producir quebrantos y desorganización en las filas enemigas: la guerra de zapa o guerra de nervios, recurso que después repitió en Perú.
El general Jerónimo Espejo describió este aspecto de la preparación y los ardides ingeniosos de que se valía San Martín para que fuese eficaz.
La situación de Chile después del desastre de Rancagua fue favorable para ese género de hostilidades que tenía en vista: la seducción de las tropas realistas, su deserción, la desfiguración de los sucesos, el desprestigio de los jefes, el temor de los soldados y la descompaginación de los planes de Marcó del Pont, suprema autoridad realista de Chile.
Contra los patriotas chilenos se desencadenó una represión y persecución odiosas; algunos se sometieron, pero los más, considerados y tratados como rebeldes, buscaron medios para liberarse de la opresión a la que se les sometía.
Así, se aplicó masivamente el destierro, la confiscación de bienes de los desafectados, se recurrió a la pena capital profusamente y se dejó libertad a la soldadesca para toda suerte de excesos.
Todo ello no sirvió sino para avivar el odio de las víctimas contra los dominadores y para ahondar más aún la división entre criollos y españoles.
Ese estado de ánimo fue aprovechado, sin duda, para dividir a los chilenos y a los realistas y promover levantamientos revolucionarios de diversos lugares a fin de que el general Osorio tuviese que distraer tropas para sofocarlos en variados lugares del territorio; interesaba que no hubiese grandes concentraciones de tropas cerca de Santiago y frente a Mendoza.
Así las cosas, se extendió la guerra de zapa a Concepción, Talcahuano y la provincia de Colchagua. La difusión de amenazas de invasión por diversos pasos cordilleranos hizo que el gobierno realista dispersara fuerzas para hacer frente a las maniobras que el Libertador administraba hábilmente.
Mientras en Mendoza se tenían informes permanentes del campo enemigo, en Santiago no se conocía lo que ocurría en la provincia cuyana, y lo poco que se sabía, era lo que interesaba divulgar a los agentes de San Martín con claros propósitos de confusión.
El rol de la iglesia
Entonces, los realistas recurrieron al clero, que consideran un aliado natural en la contrarrevolución. Sin embargo, en San Luis, el gobernador Víctor Dupuy, en posesión de informes comprometedores, prohibió a tres clérigos la administración de los sacramentos y, en cambio, apeló a sacerdotes patriotas para que orientasen a la opinión pública.
Asimismo, mantuvo también vigilancia sobre los españoles confinados y estableció penalidades severas para los criollos que se dejasen sobornar.
Mariano Osorio fue sustituido en el mando de la capitanía general de Chile por el mariscal de campo Francisco Casimiro Marcó del Pont, hombre que no estaba a la altura de su tarea y, por consiguiente, favoreció indirectamente la empresa de San Martín.
Por consiguiente, Chile fue inundado de espías, con una dirección en Santiago y cada agente con una red propia de auxiliares. La transmisión de las noticias se hacía por medio de chasquis que encontraban postas próximas a los principales caminos.
Así llegaban a Mendoza con celeridad las noticias de interés. Algunos de los miembros de esos servicios de espionaje fueron descubiertos por las autoridades invasoras y ejecutados, pero el procedimiento patriota era tan perfecto que hasta las notas que firmaba Marcó del Pont en su despacho eran conocidas en la capital cuyana a los pocos días.
De igual modo, se produjeron levantamientos internos como el de Manuel Rodríguez, que se apoderó de San Fernando, Melipilla y Curicó, llegando en sus correrías hasta cerca de Santiago. Y Marcó del Pont tuvo que distraer fuerzas importantes en la persecución de los rebeldes.
Cuando San Martín temió en el verano de 1815-16 una invasión a Mendoza desde el otro lado de la cordillera hizo circular por el cuartel general enemigo el rumor de que una escuadra patriota de Buenos Aires se dirigía a las costas meridionales de Chile, mientras un fuerte ejército organizado en Mendoza se aprestaba a invadir Chile por la cordillera.
Decidido a iniciar las operaciones en el verano de 1817, se esforzó San Martín por dispersar las fuerzas enemigas, enviando tropas de distracción a Uspallata y El Portillo para que los españoles se sintiesen obligados a perseguirlas.
Para que Marcó del Pont se convenciese de que la invasión se produciría desde el sur, llamó San Martín al cacique Nancuñán y otros jefes pehuenches y conferenció con ellos en el fortín San Carlos.
Allí les hizo saber su propósito de cruzar la cordillera por el paso Planchón y les pidió que lo autorizaran a atravesar sus tierras y le auxiliasen con víveres.
Como había esperado, los indios propalaron la noticia y Marcó del Pont mantuvo fuertes contingentes en Talca y Concepción a la espera de la anunciada invasión, contrariamente a lo que opinaban sus consejeros que le recomendaban concentrar el ejército en Santiago.
En paralelo, hizo reconocer los pasos de la cordillera y sus caminos de acceso valiéndose de oficiales de su ejército. Pero necesitaba un croquis de los caminos de Los Patos y Uspallata.
A tal efecto, comisionó al ingeniero Alvarez Condarco a la capital trasandina en carácter de parlamentario, portando un mensaje para Marcó del Pont, por el cual el gobernador cuyano lo invitaba a reconocer la declaración de independencia del Congreso de Tucumán.
Como era de suponer, el emisario argentino fue rechazado de mala manera por el capitán general de Chile. Había viajado por el camino de Los Patos y regresado por el de Uspallata, de recorrido menor. Dueño de una memoria envidiable, hizo los croquis de ambos trayectos tal cual lo requería San Martín.
Lo que vino después ya lo estudiamos en el cole. Como bien ilustra el libro Memorias para la historia de las armas españolas, “la fácil pérdida del interesante reino de Chile fue un suceso de inmensa trascendencia, fatal para las armas ibéricas.
Sabíase que hacía tiempo organizaba el general San Martín un ejército con este objetivo en Mendoza, banda oriental de la cordillera de los Andes.
Las tropas realistas componían entonces una fuerza de 7.000 hombres, pero el astuto general supo distraer de tal modo la atención de Marcó del Pont, que le hizo incidir en el gravísimo error de pretender cubrir una línea de muchas leguas de extensión, quedando por consiguiente débil en todos sus puntos”.
Lo que sucedió cronológicamente más adelante nos remite a la flotilla de Buenos Aires en el Océano Pacífico al mando del genial Guillermo Brown, las avanzadas militares por la ruta de Los Patos con tres fracciones: una, a cargo del general Soler, otra al mando de O’Higgins y la tercera comandada por el propio San Martín.
De igual modo, las expediciones de los tenientes coroneles Cabot y Francisco Zelada, la del coronel Ramón Freire y la del capitán Lemos fueron estratégicas.
La división al mando de Juan Gregorio de Las Heras, la batalla de Chacabuco y del Cerro Gavilán y las operaciones sobre Arauco, el sitio y asalto de Talcahuano, la concentración en Las Tablas y el contraste bélico entre Cancha Rayada y Maipú fueron hitos en la gesta libertadora de José de San Martín. La Argentina, Chile y Perú liberados del yugo español gracias al Padre de la Patria.
Contalo como quieras, todo está guardado en la memoria y ojalá los chicos dejen por un rato la pavada de los jueguitos en el celular y busquen estos maravillosos capítulos de la mejor argentinidad. Pero, claro está, si los padres no lo inculcan, estamos al horno.