Por Alberto Sánchez

San Buenaventura

Mi vida escolar transcurrió en las aulas del Instituto Incorporado San Buenaventura. Arranqué con dos años (¿?) de jardín de infantes y otros seis en el primario. Después, se sumaron otros cinco del ciclo secundario. A no dudar, sentido de pertenencia.

Como yo, hubo un montón de chicos con idéntico amor, aunque me atrevo a afirmar que ningún ex alumno tiene la más remota idea de quien fue San Buenaventura. Como me incluyo entre esos ignorantes, busqué su historia de vida.

(Cabe, como aclaración previa, decir que fue el teólogo franciscano que escribió la Leyenda Mayor, biografía de San Francisco, fundador de la orden en el siglo XIII, promoviendo la vida basada en la pobreza y el amor a la naturaleza y a Dios).

Ahora sí, vamos a armar un poco la biografía del patrono de nuestro cole: Juan de Fidanza era su verdadero nombre, pero se lo conocía como Buenaventura de Bagnoregio, en alusión al pueblo donde nació en 1217. Murió en la francesa Lyon el 15 de julio de 1274, es decir, a los 57 años.

En apretada síntesis, este teólogo, místico y filósofo franciscano llegó a ser obispo de Albano y cardenal, participando en la elección del papa Gregorio X. Su foja de servicios indica que, además, fue General de la Orden franciscana. En 1482 se lo canonizó y en 1588, proclamado doctor de la Iglesia. Sobre el particular, fray Luis de Granada lo distinguió como uno de los “grandes maestros de la vida espiritual”. 

La historia nos cuenta que en su niñez padeció una grave enfermedad y ni siquiera su padre, médico, esperaba salvarlo de la muerte, pero su madre recurrió a la intercesión de Francisco de Asís -había sido canonizado poco antes- y el chico se curó, mientras ella, entre lágrimas, repetía sin cesar Buena Ventura, Buena Ventura. ​

Su derrotero estudioso incluyó artes en París, allí se graduó en magisterio. Ingresó a la orden franciscana, cursó teología y bachillerato bíblico. Fue sentenciario y maestro, graduándose con su tesis Cuestiones sobre el conocimiento de Cristo.

La oposición de profesores de la Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura transcurrió en la capital francesa. El líder de los perseguidores, Guillermo de Saint Amour, lo criticó con un escrito: Los peligros de los últimos tiempos.

Así las cosas, debió suspender sus clases, aunque replicó con un tratado: Sobre la pobreza de Cristo. Llegó a tal punto la ebullición que tuvo que intervenir el propio Papa –Alejandro IV- y armó una comisión de cardenales. Tras el veredicto, se dispuso quemar el libro de Saint Amour y devolver las cátedras a los franciscanos.

En 1257, lo puso de pésimo humor su designación como superior general de los Frailes Menores. “Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el aguijón. A pesar de mi poca inteligencia, falta de experiencia en los negocios y la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa, admitió, y a la orden del Sumo Pontífice porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios”.

La grieta tan propia de los argentinos, como se ve, también golpeaba en aquella época. La orden se desgarraba por la división entre franciscanos espirituales y relajados. ​

Los primeros eran inflexibles con la regla original; los otros, pedían que se mitigase. Buenaventura, ante la amenaza de anarquía, sostuvo que “la historia es una y que Cristo la última palabra de Dios”. Sin embargo, ante la necesidad de reconocer en Francisco cierto devenir de la Iglesia, aceptó que “existe el progreso”.

Ante tal coyuntura, envió una carta a todos para exigirles acatamiento a ambas reglas, “pero sin caer en excesos de los espirituales”.

Buenaventura comenzó a escribir la vida de Francisco de Asís. Tomás de Aquino un día fue a visitarlo y lo halló en su celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, se retiró diciendo: “Dejemos a un santo trabajar por otro santo”.

Primero, para fortalecer la unidad de los frailes, fue La leyenda mayor y luego redactó de un modo más conciso y claro La leyenda menor. El término leyenda, en latín, no se refiere, como en español, al fruto de la fantasía, sino, al contrario, al texto oficial que debe leerse. Concluido su trabajo mandó a quemar las biografías anteriores. Por esta razón, su libro es la fuente de mayor importancia acerca de la vida de Francisco.

La tradición cuenta que en una ocasión visitó el convento Foligno y cierto fraile tenía muchas ganas de hablar con él, aunque no se atrevió por timidez, pero cuando Buenaventura partió, echó a correr tras él y le rogó que le escuchase. Tuvieron una larga charla que impacientó al resto de la comitiva.

Ya reintegrado al grupo, sentenció: “Tuve que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. Los superiores deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos”.

Buenaventura gobernó la orden de San Francisco 17 años, por eso, se le llama el segundo fundador. En 1273 el Papa Clemente IV procuró nombrarlo arzobispo de York, pero consiguió disuadirle de ello. Pero al año siguiente fue ungido cardenal y obispo de Albano, cargo que ahora sí tuvo que aceptar a regañadientes, sólo por obediencia.

Sencillo y humilde, cuando los jerarcas fueron a su encuentro cerca de Florencia, lo hallaron en el convento lavando los platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, pidió a los legados que colgasen el capelo (sombrero rojo) en la rama de un árbol y que pasearan por el huerto hasta que terminase su tarea.

Gregorio X le encomendó redactar el temario del Segundo Concilio ecuménico de Lyon, cuyo objetivo era alcanzar la unión con los griegos ortodoxos. Distinguidos teólogos asistieron y Buenaventura fue el más notable.

Arribó a dicha ciudad francesa con el papa, meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, encabezados por el patriarca de Constantinopla, Juan XI Beco, abrió el diálogo con ellos.

Lamentablemente, Buenaventura murió de manera repentina –se habló de un supuesto envenenamiento- durante las celebraciones que concluyeron con el rechazo de Constantinopla a la unión por la que tanto había trabajado. Post mortem, el Papa Sixto V lo proclamó doctor de la Iglesia.

Buenaventura, entre su magisterio y generalato, redactó un sinnúmero de libros, girando alrededor del ejemplarismo, opúsculos espirituales, iluminacionismo, leyendas sobre la visión teológica de Francisco, conciliación entre las tendencias que dividían la orden, el saber y la vida y la justificación teológica del estado religioso y franciscano. Como predicador, legó 500 sermones que han podido conservarse. Su principal fuente doctrinal, puntualizaba, es la Biblia.

Para Buenaventura, la mente “debe ser continuamente purificada, iluminada y unida con Dios. Esto se logra gracias al Espíritu Santo. Cuando la mente recibe su don de la sabiduría, se une con Dios y se provoca el éxtasis. Y si bien es un don infuso, la mente tiene que irse preparando para esta unión mediante la purificación y la iluminación”.

“Es una imitación asimilativa de Cristo, subraya, un continuo deseo amoroso de Dios y con tres fases: “primero, contemplar el mundo exterior, las criaturas corporales, como sombras y vestigios de Dios. Segundo, contemplar el mundo interior inferior, las criaturas espirituales, como imágenes y semejanzas de Dios. Y tercero, contemplar el mundo interior superior, Dios mismo, especulando acerca de su unidad en el atributo del ser y la trinidad en el atributo del bien. ​Así, la mente puede unirse con Dios y se llega a un punto en que ya no se puede ver con la razón, sino sólo con el amor”.

Creación del mundo

Buenaventura entiende que Dios creó al mundo “como causa eficiente, ejemplar y final”. Ahora bien, mientras Tomás de Aquino dice que esta creación “no es temporal, sino óntica, por lo que se puede dar tanto con un universo finito como con uno infinito”, Buenaventura piensa que eso es contradictorio, por lo que, “para afirmar que el mundo fue creado, también tiene que demostrar que no puede ser eterno”.

Con respecto a la creación, sostiene que Dios “informa a la materia prima. Esto no tiene que ser entendido como si la misma realmente existiera en el tiempo ya que carece de forma, no existe ni puede existir. Se trata, indica, de un principio meramente constitutivo y potencial de las criaturas, concomitante con la misma creación”.

Desde mi espantosa ignorancia no logro decodificar su pensamiento tan profundo, sobre todo cuando alude a la verdad óntica en las criaturas, atribuido a Dios “que realiza su propia esencia y es entonces esencialmente verdadero”.

Para Buenaventura, “los rasgos de las criaturas corporales, como peso, número, medida, mesura, belleza, orden, origen, tamaño y función, son características que reflejan las propiedades esenciales de Dios, el poder, la sabiduría y el bien”.

Concluyo: San Buenaventura es patrono de varias localidades de España, Bolivia, Colombia, México, Ecuador, Costa Rica, Chile y Paraguay. Afirmo, amorosamente, también lo es para los egresados del Sanbue.