Por Alberto Sánchez

Se hundió “la cañonera” 

Desde 2017, cuando comencé a escribir estas columnas, he defendido con énfasis la preservación del patrimonio arquitectónico de la ciudad porque esas viejas casonas del siglo XIX resumen la historia misma de sus habitantes. 

Esta vez haré uso de la excepción que confirma la regla: es saludable que el ex Sanatorio Argentino –Fotheringham al 200- está siendo demolido ya que se había convertido en un basural.

En el lugar se construirá una torre de departamentos, Mafalda X, que, si bien contribuirá con sus, al menos, diez pisos a acrecentar el desequilibrio en la prestación de servicios de agua y cloacas –en Río Cuarto ya hay 446 edificios en altura- al menos, desde lo estético, la citada cuadra tendrá otra imagen. 

Sintéticamente, te cuento que dicho centro de salud, en sus orígenes -1934- los propietarios fueron los tres doctores Grinspan.

Tiempo después, el médico Julio Humberto Mugnaini reunió a un grupo de profesionales amigos para trabajar en conjunto y así fue que nació el Sanatorio Argentino el 19 de abril de 1958.

Por los avatares de la política, Mugnaini –intendente municipal en 1973 y a quien popularmente apodaban “cebolla”- tras la autodenominada Revolución Libertadora de 1955, sumó a los médicos peronistas que habían sido cesanteados por el gobierno de facto encabezado por Eduardo Lonardi y posteriormente Pedro Eugenio Aramburu.

El ingenio popular rebautizó al sanatorio “La Cañonera”, haciendo alusión al buque paraguayo donde se refugió el general Juan Domingo Perón y miembros de su gabinete tras el golpe de Estado de ese año, a partir del cual surgió la resistencia peronista.

Doy fe que dos amigos, no precisamente justicialistas, llevaron a cabo sus residencias médicas allí y aun hablan maravillas de las experiencias logradas.

En 2007, un grupo de galenos de Córdoba, puso en marcha una maternidad. Las dos plantas del inmueble fueron remodeladas y así fue que se inauguró la Clínica Privada de la Santísima Trinidad. Acoto: ahí nació mi última hija, Milagros. Y sólo tengo palabras de agradecimiento al pediatra Héctor Serrano.

Ignoro los pormenores económicos, lo cierto es que finalmente la Santísima Trinidad entró en crisis, bajó la persiana una década más tarde y la enorme casona se sumió en un silencio sepulcral.

Hablando de clínicas, escribí una nota sobre las más emblemáticas, allá lejos y hace tiempo, cuyos párrafos centrales te los recuerdo ahora. Debemos remontarnos hasta 1914. Según narra el médico Américo Frigerio en el libro “Sanatorios Riocuartenses”, el Dr. Víctor Rodríguez, quien además de clínico era farmacéutico, instaló un consultorio en Bulevard Roca y San Lorenzo y el 4 de septiembre de 1917 amplió la capacidad del inmueble anexando la planta alta.

El escritor local Walter Bonetto acota que durante más de diez años “el Sanatorio Rodríguez, con un destacado equipo, brindó servicios de Guardia y Clínica Médica, Cirugía, Ginecología y Partos.”

Por su parte, en un prolijo informe, el colega Luis Schlossberg, dice que “allí nacieron miles de riocuartenses y también fueron salvadas las vidas de otros tantos. Quiso la suerte o el destino, lamenta, que el viejo sanatorio cayera tristemente en el olvido”

Y remata con una frase contundente: “Hoy sus puertas crujen cerradas con cadenas oxidadas, y sólo engalanadas por pegajosas telarañas… La pulcritud de los médicos que lo habitaron otrora también parece haberse perdido en la memoria de los tiempos. Duele la herida por tanto abandono”.

La historia de esta casona arranca cuando el doctor Rodríguez compra esa esquina enfrentada a las Escuelas Pías y de inmediato encarga la construcción de lo que sería su clínica al ingeniero José Domínguez Leyba. Por entonces ya había una ordenanza que exigía una altura mínima de 10,40 metros para las edificaciones nuevas.

La amplia casona disponía de ocho aberturas a la calle, cinco sobre el bulevard y tres ventanas y dos puertas de madera para el acceso a las dos plantas. Todos los ventanales tenían balcones salientes de hierro forjado y postigos metálicos.

Los altos contaban con otros siete, similares a los del piso inferior, pero sin herrería. Estéticamente, la ochava emergía como lo más atractivo: mostraba un balcón curvado con tres secciones de balaustres y cerrado por mamparas vidriadas. Por encima, en relieve, se destacaban tres cabezas de mujer de notable belleza.

Abajo se alineaban sendos consultorios, sala de espera, dos habitaciones con sus respectivos baños, dormitorio para el personal, cocina, garaje y un par de patios interiores. Y arriba se distribuían un hall, ocho habitaciones para internados, baño, cocina y galería.

Rodríguez nació en La Plata (1882) Se recibió de químico farmacéutico y médico en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires.

Amante de los viajes, conoció los polos Norte y Sur. Apasionado y curioso, participó del descubrimiento del Machu Picchu, lo que le valió la distinción de ciudadano honorario por parte del gobierno peruano, tal como lo informara el diario La Nación en crónicas de la época. Luego sería su corresponsal en nuestra ciudad. Y en 1915 ejerció como cirujano del Batallón 15 de Infantería de la Guardia Nacional de Río Cuarto.

La historia lugareña lo recuerda asimismo como un entusiasta del deporte: en 1916 fue titular de la Sociedad Sportiva Riocuartense, entidad futbolera que hacía disputar la Copa Caridad, en la que intervenían clubes locales y de la región.

En 1920 se fundó el Primer Aeroclub de Río Cuarto, del que fue presidente y su licencia como piloto civil se cuenta como una de las primeras otorgadas por la escuela de aviación Mr. Arnold Sidal, abierta al año siguiente.

El Sanatorio Rodríguez inauguró el 4 de septiembre de 1917 en Bulevard Roca 275 y ofrecía en los avisos publicitarios de diario El Pueblo “servicio médico especializado en Cirugía, Ginecología y Partos”. Durante seis años fue el único con estas coberturas, hasta la apertura de la Maternidad Hortencia Gardey de Kowalk, en 1923.

La planta alta estaba destinada a internaciones y cirugías e incluso exhibía un original solarium. Todo era supervisado por él y el Dr. Alberto Solari, su fiel colaborador.

Rodríguez, acota Schlossberg, “fue protagonista de un hecho sin precedentes del que se hizo eco hasta la prensa porteña. El 1 de setiembre de 1921 fue llamado a atender un caso de hernia estrangulada en Coronel Moldes. Viajó en avión, acompañado por su instructor de vuelo. Despegaron a las 17,45 y regresaron a las 23,20, una vez realizada la intervención quirúrgica con todo éxito”.

Ese fue el primer vuelo nocturno local -quizás en todo el país- para salvar una vida.

El sanatorio cerró en septiembre de 1927. Se presume que el prestigioso médico había entrado en profunda depresión tras haber sido dejado cesante en la Escuela Normal, donde dictó clases en el secundario diez años. Afirman que fue por causas políticas. Sumergido en una enorme tristeza, retornó a Buenos Aires para nunca más volver.

En 1937 Frigerio abrió su consultorio en la planta baja y se dedicó a la cirugía general, especialmente, a la colon-proctología, siendo el primer especialista en la ciudad.

A su vez, a la altura del 691 instaló una clínica la obstetra Flavia Ferraris “que atendía partos, embarazos y enfermedades de señoras” y ofrecía “comodidades para pensionistas” en los altos de la casa.

En entrevista de Puntal en 1999, con 92 años, revelaba que intervino en 9 mil partos, todos asentados en libros de actas por una sobrina que trabajaba como secretaria. Por esas injustas zancadillas del destino, paradojalmente, sus últimos días transcurrieron en un hogar de ancianos, a pocos metros de la Clínica Ferraris.

Otro médico seducido por el Bulevar fue Flavio Raúl Sánchez, quien en 1940 sumó un consultorio ubicado a la altura del 689.

Tiempo después, ocupando la estructura del ex Hotel Génova, se asentó el actual Sanatorio Privado, corroborando la idea de que el Bulevar Roca, desde siempre, ha cobijado con amor a la medicina y sus protagonistas.

Aquella casona imponente del doctor Rodríguez, catalogada como “un enfermo o herido al que hay que salvar para devolverle su antiguo esplendor”, con la compra hecha por Juan Calleri, e inmediata intervención arquitectónica en el frente e interiores, felizmente tal anhelo se ha hecho realidad.