Por Alberto Sánchez
Un museo con todos los secretos
Hay dictadorzuelos que se disfrazan de demócratas y la gente demora un tiempo en descubrirlos. Son tiranos que aun maquillándose no logran mimetizarse con los ciudadanos que sí creen y apuestan a la democracia.
Aseguran honrar y respetar la Constitución, siempre y cuando no sea un obstáculo para su plan de gobierno. O sea, si les fija límites, la borran de un plumazo, la descuartizan, como ocurre con la Venezuela de Nicolás Maduro.
O la reemplazan, como sucedió décadas atrás en la Argentina de la dictadura, con un mamarracho jurídico de pomposo nombre. Costa pobre, ironizaba Alberto Olmedo en un sketch televisivo.
La ley de leyes peligra. Ojalá los docentes del nivel medio profundicen su estudio en las materias afines para que el alumnado la comprenda, valore y defienda. En ese contexto, les cuento que, felizmente, existe un museo alusivo. Pocos lo conocen.
Su presencia es una manera de preservar el pasado frente al paso del tiempo. Conservar la memoria histórica en torno a la Carta Magna es uno de los objetivos del Museo de la Constitución Nacional ubicado en la ciudad de Santa Fe.
El proyecto arrancó en 2009, a partir de la transferencia oficial de 17 hectáreas ribereñas con destino al armado del Parque de la Constitución Nacional, incluyendo una biblioteca.
“La idea surgió como un homenaje al texto constitucional, porque Santa Fe fue la sede del Congreso General Constituyente de 1853 y de las convenciones reformadoras de la Constitución de 1860, 1866, 1957 y 1994”, según explicó Gustavo Vittori, director del diario El Litoral y secretario de la Asociación Parque Biblioteca de la Constitución.
“Además, agregó, la provincia fue signataria de todos los pactos preexistentes, desde el Tratado de Pilar al Acuerdo de San Nicolás de 1852 que convoca al Congreso General Constituyente”.
En una construcción de más de dos mil metros cuadrados de superficie cubierta, el museo tiene por propósito, dijo, “rescatar el valor y el camino de la ley en la historia universal y argentina”.
Vittori sostuvo que el museo apunta a ser “un centro de formación cívica que va a trabajar con otras provincias, porque hay una sala de muestras temporarias donde se pueden exponer materiales sobre distintos aspectos constitucionales”.
En ocasión de su apertura, el por entonces ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, Germán Garavano, enfatizó que “es un museo de una relevancia enorme” y ponderó que “la Constitución nos une a todos los argentinos y nos marca un horizonte de país”.
En el recorrido, el visitante accede a una primera sala, llamada “la de la Ley”. Allí puede verse una réplica del Código de Hammurabi, rey de los babilonios; una reproducción de la Constitución de los atenienses y el Corpus Iuris Civilis del emperador Justiniano. También, textos más modernos como la Carta Magna Libertarum inglesa, de 1215, leyes y ordenanzas españolas del siglo XVI, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano en la Revolución Francesa.
Asimismo, cuenta con réplicas de la Constitución de los Estados Unidos y de México, la Asamblea del Año XIII –primer intento constitucional patrio- y la Carta de las Naciones Unidas, que consagró los derechos humanos universales en 1948.
A esta sala, la sigue otra que exhibe a unitarios y federales, con una representación de seis caudillos de ambos bandos enfrentados de espaldas.
En la tercera sala se instala el debate político. “Es imaginario entre figuras como Rosas, Mitre, Urquiza, Sarmiento y Alberdi. Son diálogos que no sucedieron en la realidad, pero están extraídos de textos fundamentales de ellos”, puntualizó Vittori.
Técnicamente, se trata de una representación montada sobre cinco monitores, en los que aparecen las cinco figuras históricas encarnadas por actores.
A un lado está la sala que evoca a “mujeres que tuvieron que afrontar las consecuencias de 40 años de guerras civiles, como las esposas de José María Paz, Urquiza, Dorrego y Rosas, sufriendo el exilio en Gran Bretaña. La vida de ellas, afectadas por los sismas en la política nacional”, detalló el secretario de la asociación.
De igual modo, se expone una gran maqueta de Santa Fe en 1853, con un mapping que va iluminando los lugares de reunión de los participantes de las primeras convenciones y proporciona información histórica.
En otra sala -en total son ocho- se reproduce la escena del debate entre Facundo Zuviría y Juan Francisco Seguí en torno a si el Congreso debía seguir ante la ausencia de la provincia de Buenos Aires. Es una recreación hecha a partir del uso de hologramas.
Y la última reúne objetos históricos, por ejemplo, el escritorio que sirvió de soporte a la presidencia del Congreso General de 1853, dos sillones usados en esas jornadas históricas, la puerta del Cabildo de 1860 y un plano de Santa Fe con 17 hitos donde se recuerda a la Constitución a través de un mecanismo de realidad aumentada.
La travesía desemboca en el “Puente de los derechos”. En cada baldosón se encienden textos con los principales derechos universales a medida que se camina sobre ellos. Y concluye con una figura humana hecha de miles de filamentos, bautizada “El hombre del futuro”, prototipo que debería conducir el respeto por la Constitución”.
“Este museo invita a recorrer la historia constitucional para tomar conciencia del valor transcendente de tener una ley que ordena nuestra vida en sociedad”, remarcó Vittori.
La casa de Estanislao López
Otro inmueble imperdible en la visita a Santa Fe es La Casa del Brigadier, ubicada a una cuadra de la Plaza Mayor, antiguo casco histórico colonial. Representa un tipo de arquitectura doméstica de principios del siglo XIX y es de las pocas que todavía existen en esa ciudad litoraleña. Fue habitada sucesivamente por varias familias y posteriormente funcionó allí el Archivo Histórico Provincial de Santa Fe.
Los solares pertenecieron a la Orden de la Merced, a partir de 1660. El lugar que ocupa fue la ranchería del convento. Los frailes permanecieron hasta 1792, año en que se trasladaron al Templo de los Jesuitas, frente a la Plaza Mayor (por entonces ya habían sido expulsados de América por orden del Rey de España).
En 1819, el gobernador brigadier general Estanislao López contrajo matrimonio con María Josefa Rodríguez del Fresno, hija de Manuel Rodríguez, quien había comprado unos terrenos en 1812. En esos predios construyó la vivienda propia y más tarde otra, aledaña, para el matrimonio de su hija con López.
Una arcada existente en la medianera hizo pensar que pudo vincularlas. La materialidad original de la casa es mampostería de adobe y tapia (Manuel Rodríguez poseía hornos productores de ladrillo cocido al momento de la construcción).
Durante las reuniones del Congreso Constituyente de 1852/53 fue hospedaje de algunos convencionales, incluso de Urquiza, presidente de la Confederación.
En 1858 su propietaria falleció, la residencia pasó a manos de sus hijos y tiempo después fue vendida. En 1872 la compró Daniel de la Torre, quien extendió hacia el norte la planta superior, con nuevos materiales, y la dotó de detalles italianizantes, enmascarando su original estilo simple postcolonial. En 1942 el inmueble fue declarado Monumento Histórico Nacional y en 1963 su propietaria Carmen de la Torre (una de las herederas de Daniel) la cedió al gobierno provincial de manera.
En enero de 2017 colapsó uno de los muros de adobe del primer patio de la casa, lo que obligó a una amplia reforma y al apuntalamiento interno y externo.
Las intervenciones arqueológicas que realizaron los profesionales del Museo Etnográfico y Colonial Juan de Garay, permitieron constatar que una pared de tapia contiene elementos como maíz, vértebras de pescado, fragmentos de huesos largos de mamíferos, fragmentos de cerámica indígena y de loza inglesa; todo esto hallado en la capa de relleno que se encontraba por debajo del piso de la vivienda. Es decir, se utilizó ese tipo de relleno con productos de descarte de basura de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX en la preparación de la tierra para construir la tapia.