Por Alberto Sánchez
El periodismo cordobés del 1800
Enterado de que hay muchos colegas ensobrados, atónito, trazo una comparación con mis primeros años como periodista en el diario La Calle. No puedo salir del asombro, estupor, indignación, ira y desilusión.
¿Qué pasó con nuestro noble oficio? ¿Podremos algún día recuperar la credibilidad ante la gente? ¿Cuándo fue que nos ganó la indignidad?
Recuerdo la brutal letra de Cambalache, tango escrito por Discépolo y Seixas. Allá por 1930 habían retratado lo peor de los argentinos. De esto hace casi un siglo y ya éramos una lacra.
…“El que no llora no mama y el que no afana es un gil. Dale nomá, dale que va. Que allá en el horno se vamo a encontrar. No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao…”, advertía en uno de sus párrafos.
Desde siempre, las empresas periodísticas tienen compromisos políticos, económicos y financieros; por eso, ciertas noticias alcanzan una amplísima difusión; otras irrumpen con lo justo y necesario y hay sucesos, personajes y acontecimientos que nunca jamás ocuparán ni un segundo radial, una toma televisiva o un centímetro en la página.
Al fin y al cabo, son las reglas del juego, que incluyen algún chivo o quiosco del redactor y/o la editorial, pero la obscenidad de ahora con la plata hubiese ruborizado al mismísimo Mariano Moreno. ¡Y pensar que durante mucho tiempo las encuestas señalaban rotundamente que el segmento social más creíble era la prensa!
Ingreso al túnel del tiempo para rastrear cómo se comportaba la prensa en Córdoba allá por 1800 y hallo un trabajo esclarecedor escrito por Diego Abad de Santillán, que paso a compartir.
Señala que después de Buenos Aires, fue Córdoba el centro periodístico más importante, por ser centro de tradición cultural.
El gobernador Juan Bautista Bustos procuró disponer de una imprenta para reaccionar contra los ataques de que era objeto en las publicaciones de Buenos Aires; así llegó a Córdoba en noviembre de 1823 la máquina adquirida por su iniciativa y puesta bajo la dependencia y dirección de la universidad, cuyo rector era Estanislao Learte.
La administró al comienzo José María Bedoya, rector del Colegio Montserrat; en 1824 la regenteó Francisco Fresnadillo y en 1842 fue entregada al gobierno provincial, siendo hasta 1853 la única imprenta existente en todo el territorio cordobés.
Los primeros diarios fueron los que hizo imprimir Pedro Ignacio Castro Barros, que defendían el catolicismo tradicional contra todo liberalismo; liberal, según Castro Barros, “equivale a impío, libertino, materialista, deísta, ateo, es decir, peor que hereje”.
Estos periódicos –El Observador Eclesiástico, El Investigador y El pensador político-religioso– también se editaban en Santiago de Chile. A ellos siguió El Montonero, dirigido por Juan Antonio Sarráchaga, luego ministro de Guerra y cuya aparición parece haber respondido a la necesidad de contrarrestar la prédica de El Investigador. Debe aclararse que Sarráchaga era enemigo acérrimo de Bustos.
En lo sucesivo, hubo diversos medios escritos, la mayoría consagrados a la lucha contra Bernardino Rivadavia y sus reformas, en defensa de Bustos, de la intolerancia de cultos, etc.
En 1825 vio la luz Derechos del Hombre o “Discursos histórico-místico-político-crítico-dogmáticos sobre los principios del derecho político”, cuyo redactor fue el padre Francisco de Paula Castañeda, que remitía sus escritos desde San José del Rincón, Santa Fe.
Castañeda intenta ser doctrinario, tanto cuanto ataca al gobierno como cuando refuta la filosofía de Jean-Jacques Rousseau y las doctrinas anticatólicas.
En 1826 aparece, en simultáneo con la Capital Federal, La Verdad sin rodeos, escrita por Ramón Beaudot, panfletista de ideas socialistas y anticlericales. Obviamente fue perseguido y ni siquiera el gobernador Bustos pudo ayudarlo, debiendo refugiarse en Corrientes.
El Consejero Argentino comenzó a publicarse en 1826, dirigido por Francisco Bustos, titular de la Legislatura y el presbítero Sabino Serrano. Se trató de un medio opositor a Rivadavia y defensor de Manuel Dorrego. Otro periódico antirrivadaviano fue De la necesidad virtud (1827) dirigido por Gabino Blanco.
En silencio
La prensa federal silenció su voz en Córdoba al ser derrocado Bustos por el general José María Paz en 1829. El periodismo de neto corte unitario tomó la supremacía y así nacieron Córdoba libre, redactado por José María Bedoya; La Aurora nacional y El Monitor de la Campaña, cuyo director, el ex rector de la UNC, Learte, creía que con la firma del tratado entre Córdoba y Santa Fe quedaría organizada la nación.
Otros periódicos adictos a Paz fueron El Republicano, de José María Cires -editó sólo 32 ejemplares- y El Argentino, que duró seis meses, entre 1829 y 1830, a cargo de Elías Bedoya y José Rojo.
En cambio, El Lucero, se armaba en Buenos Aires, y su director, Pedro de Angelis, luchaba encarnizadamente contra la prensa unitaria cordobesa. A su vez, en el interior provincial surgió El Serrano, redactado en San Carlos Minas por fray Juan Pablo Moyano.
Cuando el general Paz fue derrotado y encarcelado en 1831, prácticamente desaparecieron los diarios unitarios, dejando por un largo período el campo libre a la prensa federal.
Así las cosas, ese mismo año se funda El Federal sin prisiones, conducido por fray Buenaventura Badía, enrolado con el caudillo Facundo Quiroga, un medio que durante el año que se editó, castigó rabiosamente al unitarismo.
Después irrumpió una seguidilla periodística de escaso nivel, con estos títulos: El clamor cordobés, La mujer del clamor cordobés, El hijo mayor del clamor cordobés y El abuelo del hijo mayor del clamor cordobés, de Calixto María González.
En 1834 aparecieron El narrador, dirigido por José Severo Olmos; El amigo del orden, redactado por Santiago Derqui y El Cordobés, publicado en los años 1835 y 1836.
El asesinato de Quiroga, el tigre de los llanos, en Barranca Yaco, y el ascenso al poder de Manuel López, llevó al periodismo de la provincia a enrolarse en un nivel similar al de la prensa partidaria en la Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas.
El principal medio de la tendencia rojo punzó fue El restaurador federal, redactado por Francisco Larguía, pero como la Argentina siempre ha sido una sucesión de golpes y contragolpes, después se produjo un breve triunfo parcial -1841-1842- del unitarismo y tal diario desapareció, irrumpiendo El estandarte nacional, obviamente partidario del centralismo porteño.
Vueltos los federales al poder, reaparecieron algunos periódicos como El Federal, Iris Cordobés y Federación y Verdad.
En cambio, El Restaurador Federal fue suprimido como consecuencia de peleas internas de los propios triunfadores y le sucedió El soldado federal, único medio gráfico por entonces en toda Córdoba y que se prolongó hasta la caída de Rosas. Tras ello, una nueva vuelta de tuerca y nacen La Opinión y El Fusionista, de contenido político absolutamente contrario.
En épocas recientes llegaron Los Principios, Córdoba, La Voz del Interior, La Mañana de Córdoba, Comercio y Justicia, El Pueblo, Pregón, La Calle y Puntal, entre otros. Diarios que no han escapado a las generales de la ley, de embanderarse políticamente, pero sin ocultarlo y, por lo tanto, sin caer en la obscenidad del periodismo ensobrado.
Todo está guardado en la memoria.
