Columna de Sol Sayago
Sentidos

El maestro agudizó mi oído.

Sólo estaba declarándole en tiza y pizarrón un corazón tallado a Micaela.

Cuando entraba con su olor a petunias, era lo único, solo lo único que tapaba el olor de la sala del profesor Márquez; el olor a pubertad también se desteñía por ella, o mi corazón, o todos mis sentidos se volvían burbujas de la vita bella.

Mis ojos,

Mis pupilas y hormonas aceleraban mi paso para sentarme atrás de su banco.

El profesor con su borrador despintó la tiza; volvió el olor amargo, agrio y desabrido e intuitivamente contemplé los ojos de Mica, chocando miradas, buscando en su mochila roja una lapicera.

Me miró, y perplejo, me quedé, varios segundos.

Segundos que duraron meses,

Años,

Transformándonos.

La sala del profesor Márquez se convirtió en una laguna de cielo; sentí por un instante su gusto a algodón de azúcar. To-dos llorábamos.

¿Quién iba a pensar que Márquez era Cupido?